La música de cámara, entendida como diálogo entre dos o más intérpretes, obliga al entendimiento, a la compenetración y al reconocimiento entre ellos. Veinte años dialogando es cuando menos un período que garantiza el buen nivel de conversación entre dos músicos de la talla del violonchelista Arne Neckelmann y el pianista Marc Reichow. Y así se pudo comprobar y disfrutar durante un apasionante concierto celebrado en el Club Diario Levante el pasado viernes. Ambos se conocieron hace dos décadas en el Conservatorio Nacional Superior de Colonia durante la clase de música impartida por el cuarteto Amadeus, y desde entonces compaginan su actividad profesional con su pasión camerística. Neckelmann reparte su tiempo entre la Orquestra de la Comunitat Valenciana, dirigida por Maazel y Mehta, y sus clases de cello en la Universitat de València, mientras que Reichow mantiene su fructífera trayectoria concertística como solista y como miembro de prestigiosas formaciones (Musica Antiqua Köln o el Ensemble Aisthesis).

El programa no podía ser más interesante: la Integral de Sonatas para cello y piano (o para piano y cello, en el original), de Ludwig van Beethoven. Escuchar en una sola sesión las cinco partituras del genio alemán y en una versión tan exquisita como la ofrecida por estos músicos fue sencillamente un placer insustituible e inolvidable. Trabajo interpretativo riguroso, virtuosismo sereno, ejecución brillante, estilo impecable no son sólo posibles titulares de esta crónica sino hechos y cualidades del excelente buenhacer de este tándem interpretativo.

Abordar las cinco sonatas para violonchelo y piano firmadas por Beethoven ilustra perfectamente la importancia que este compositor tuvo para la historia y evolución de este instrumento de cuerda, sometido a papeles subsidiarios hasta finales del siglo XVIII. La interpretación de Neckelmann y Reichow brindó al público la posibilidad de conocer cuál fue el hallazgo instrumental de Beethoven y cómo evolucionó su papel protagonista a lo largo de sus cinco opus (entre la primera y la última median veinte años). Los intérpretes ajustaron encomiablemente esa evolución de lenguaje, consideración y cambio de rol que vivió el violonchelo, así como el complejo equilibrio sonoro y dinámico entre ambos instrumentos. A la conocida estilización y personalización del lenguaje y la expresión beethoveniana se unen la estilización y la relevancia cada vez mayor del violonchelo en el diálogo con el piano. Gana en fluidez e independencia, así como en alcance intelectual, prueba de ello es la inesperada fuga del Allegro final de la última Sonata nº 5 en re mayor (op. 102 nº 2), el elegante Scherzo o el cantabile del Adagio de la tercera Sonata en la mayor (op. 69), interpretado con profundo sentimiento por Neckelmann. Primus inter pares, el cello asume definitivamente con Beethoven su mayoría de edad instrumental, que compositores posteriores gozarán a lo largo del XIX con absoluta maestría y fruición.